Santo Cristo de Burgos: el Amor que nos acoge

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

El próximo miércoles 14 de septiembre, con la celebración de la Exaltación de la Santa Cruz, conmemoramos la festividad del Santo Cristo de Burgos que tendré el honor de presidir en la catedral a las 7.30 de la tarde. Esta devoción, que se extiende por varias regiones de España y por numerosas naciones de Hispanoamérica, pone ante nuestros ojos a un Amor crucificado que acoge todas nuestras dificultades, caídas y temores para recordarnos que el peso de Su cruz nos libera de todos nuestros yugos.

El septenario que ya ha comenzado a predicarse en honor al Santo Cristo que ampara y custodia nuestra ciudad, gira en torno a las Siete Palabras de Jesús en la cruz. Palabras que nacieron de los labios heridos del Señor, cuando estaba colgado del madero para darnos –por Su gracia– hasta la propia vida.

Estas palabras, semilla de un Amor inigualable, deben acompañar a nuestra Iglesia que peregrina en Burgos, en todos los momentos de nuestra existencia.

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Jesús, quien imploraba compasión al Padre por aquellos que le habían crucificado, es el mismo Señor que hoy –en la mirada de nuestro Cristo– vela con afecto nuestras heridas y perpetúa que murió por amor, perdonando, y lo hizo hasta el final, hasta que ya no pudo más. Y a nosotros cuánto nos cuesta perdonar…

«Yo te aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso», (Lc 23,43). El buen ladrón, al ver a Jesús extendido en la cruz, sufriente y roto hasta el extremo, reconoce en el Hijo de Dios el peso del dolor. De esta manera, vislumbra el sentido del sufrimiento cuando se asume por Amor para que vivan quienes son amados. Nuestros sufrimientos también pueden ser acogidos por Jesús para encontrar en Él alivio y descanso: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11, 28).

«Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre», (Jn 19, 26-27). María, al pie de la cruz, recibe la preciosa tarea de convertirse en la madre de todos, sin excepción. Ella, bajo la advocación de Santa María la Mayor, vela en silencio desde la catedral por el pueblo burgalés. Cristo, su hijo, desde la capilla edificada sobre el antiguo claustro románico, le mira y le dice, una vez más: «Mira, yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5). Es la raíz y la esperanza de que también nuestra existencia puede renacer y renovarse cada día.

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», (Mc 15, 34). Nuestro Cristo, desamparado, agoniza en la cruz a causa de nuestro abandono. En la imagen bendita se pueden contemplar sus articulaciones humanas, el pelo natural, el revestimiento de piel. La soledad nos apaga porque estamos hechos para el amor y la comunión. Deberíamos ocuparnos para que nadie esté solo y abandonado, particularmente en la ancianidad y la pobreza. Ahí Jesús nos espera para arroparle con calor y afecto.

«¡Tengo sed!», (Jn 19, 28). Como agua derramada, con los huesos descoyuntados y su corazón como cera, derritiéndose en sus entrañas (cf. Sal 22, 15-16), gritó tener sed. Y muchos santos han percibido que el Señor tiene sed de cada uno de nosotros: de nuestro amor, de nuestra entrega, del servicio a los más necesitados donde Él mismo ha grabado su rostro. Ser personas cántaro para dar de beber a los sedientos de hoy.

«Todo está consumado», (Jn 19, 30). Cristo cumple la voluntad del Padre de darnos vida eterna y, porque ha sido fiel, resucitará. Por ello, en Él encontramos el espejo perfecto para el cumplimiento de la voluntad de Dios que siempre mira nuestro bien. Nuestra vida en la tierra tiene que irse completando hasta que Cristo habite plenamente en nosotros por el amor. Y también colaboremos con Él para completar esta obra de amor en toda la humanidad.

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», (Lc 23, 46). Cristo abandona por entero Su vida en las manos de Dios. Todo le había sido entregado por el Padre (cf. Lc 10, 22) y ahora todo le es entregado al Padre por el Hijo.

Con la Virgen María, pongamos cada una de estas palabras en el corazón de Jesús, para que nuestra vida sea el preludio de una esperanza nueva y resucitada. Hasta que hagamos de nuestros pasos todo lo que Él nos diga (cf. Jn 2, 5) y hasta que podamos gritar sin miedo: «No está aquí: ¡ha resucitado!» (Mt 28, 6).

Con gran afecto, os deseo una feliz celebración del Santo Cristo de Burgos.

Parroquia Sagrada Familia