Evangelio del domingo, 1 de septiembre de 2019

Jesús estaba invitado a comer un sábado, día de fiesta, en casa de un fariseo rico. En varias ocasiones nos narran los evangelios situaciones parecidas. Ello debía ser porque, aunque algunas veces nos cuentan palabras terribles de Jesús contra ellos, normalmente les trataría con mucha bondad y cortesía. Ellos sabían que su charla era amena y provechosa y se sentían halagados invitándole, por ser Jesús muy famoso.

Jesús aceptaba porque era la ocasión para dar a los fariseos y a sus discípulos alguna enseñanza interesante. Hoy da dos consejos: uno para los invitados y otro para quien invita. El primero nos cuenta el evangelio que se debió porque Jesús se dio cuenta de lo que pasaba entre los invitados: todos querían estar entre los puestos principales. Es una actitud mundana: querer ser más que los demás y eso se manifestaba en el puesto a ocupar. Hoy normalmente en los banquetes de cierta categoría todos los puestos están ya señalados según cierto protocolo; pero esa actitud de vida vale para otros muchos momentos. Hasta en las cosas religiosas o los que creemos que vivimos como discípulos de Cristo, tenemos una gran tentación de comportarnos como los fariseos o los mundanos al actuar casi “pisando” a los demás.

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El jardinero y el ángel

Érase una vez un santo que había tenido una vida larga y feliz. Un día bajó a verlo un ángel del Señor, el cual lo encontró en la cocina del monasterio fregando ollas y sartenes. —Dios me ha enviado —le dijo—. Ha llegado la hora de llevarte a la vida eterna. Y repuso el buen hombre: —Agradezco al Todopoderoso su bondad, pero, como podrás ver, no puedo dejar todos estos platos sucios. No quiero parecer desagradecido, pero, ¿no sería posible retrasar mi viaje al otro mundo hasta que acabe esta tarea? El ángel lo contempló con mirada bondadosa. —Veremos qué se puede hacer— le dijo, y desapareció.

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Todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado

En la escuela, a fin de año, entregaban premios a quien tenía asistencia perfecta, al mejor amigo y al mejor estudiante. En 5º A, Carlota ganó el de la mejor estudiante y el de asistencia perfecta. Aunque diluviara, ella iba a la escuela, llevaba todo lo que le pedían, hacía la tarea y estudiaba mucho para los exámenes. Además, era muy capaz para todo lo que se enseñaba en los diferentes espacios. Sandra, del 5º B, fue premiada con el de mejor amiga y nombrada escolta de Carlota, que sería la abanderada durante 6º grado.

El primer día del siguiente año, la abanderada y la escolta esperaban para entrar al patio y luego, dar inicio al nuevo ciclo escolar. Cada estudiante o docente que pasaba las saludaba. Carlota no podía dejar de advertir que esos saludos no eran iguales para las dos. Cuando se referían a Sandra, manifestaban gran alegría de que estuviera allí. Y lo que era más extraño, Sandra parecía alegrarse de que Carlota fuera la abanderada. Le arreglaba la banda, se paraba unos pasos detrás de ella como para dejarle el lugar más importante. Las dos chicas no se habían hablado mucho los años anteriores.

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Evangelio del domingo, 25 de agosto de 2019

Es bueno que preguntemos cuando no sabemos o dudamos en cosas de religión. A Jesús muchas veces le preguntaban, y se alegraba y respondía cuando veía que las preguntas provenían de una buena voluntad, como cuando los apóstoles le preguntaban sobre el significado de algunas parábolas. El problema estaba cuando le preguntaban para ponerlo a prueba, como si fuese una trampa, o simplemente por curiosidad, como en el evangelio de hoy: “¿Son pocos los que se salvan?” Así pasa hoy con muchas noticias y comentarios sobre la religión: Muchas veces sólo se busca lo externo y lo que pretende satisfacer la curiosidad. En la vida también se suele atender a cosas ociosas, dejando de lado los auténticos problemas de la vida.

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He venido a traer el fuego

Las maestras hablaban en la sala de maestros acerca de los quintos grados. La maestra de 5º A estaba feliz porque había avanzado muchísimo en los contenidos de las materias e iba cumpliendo lo que habían planificado a principio de año. Sus estudiantes hacían lo que les pedía, eran ordenados; nada más terminar el recreo, estaban en la puerta de la clase, llevaban el material que les solicitaba... La maestra de 5º B, no podía decir lo mismo: llegaba todas las mañanas arregladita, y, al mediodía, ya estaba agotada, despeinada, sin haber parado un minuto. A veces, no tenía tiempo ni de ir al baño. Corría detrás de los niños toda la mañana. En la clase, caminaba de un lado hacia el otro intentando que participaran todos los niños y las niñas y que se escucharan entre sí. Durante el recreo estaba atenta porque, generalmente, discutían por las reglas de los juegos, si hacían trampa, si no dejaban jugar a alguno o a alguna... Cuando tocaba el timbre de finalización del recreo, llamaba a sus estudiantes varias veces para que dejaran de jugar. Siempre eran los últimos en entrar en clase. En la sala de maestras, la de 5º A, estaba feliz, tranquila... la del B, siempre estaba muy cansada, a veces creía que era una mala maestra.

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Parroquia Sagrada Familia