Reflexión al Evangelio del 25 junio 2017 - 12ª semana del tiempo ordinario, Domingo A: Mt 10, 26-33

Jesús estaba adoctrinando a los apóstoles, preparándoles para la misión a la que les iba a enviar. Les había hablado de los peligros que podían tener en su predicación: ser perseguidos, insultados, estar entre lobos ellos que eran como ovejas. Y, claro, todo esto les había llenado de temor. Por eso Jesús les consuela y les dice: “No tengáis miedo”. Así también decía san Juan Pablo II desde el principio y otros papas.

Hoy también nos lo dice Jesús a nosotros, porque en este mundo, a pesar de decir que hay muchos adelantos, hay también muchos miedos. Y una señal de estos miedos es que todo se procura dejar bien cerrado: la casa, el coche o auto (recuerdo los años en que yo dejaba por la noche el coche abierto en la calle y con las llaves puestas). Hay miedo de perder el empleo, hasta de tener el dinero en el banco, miedo a los desastres, al terrorismo, etc. Y en el terreno religioso hay miedo a los cambios en la Iglesia, miedo al qué dirán en el apostolado, miedo al fracaso, a las críticas. La gente que vive atemorizada, suele pensar sólo en las fuerzas humanas y materiales. Y hasta los cristianos creemos poco en la ayuda de Dios.

Hoy Jesús quiere quitarnos los miedos como lo hizo con los apóstoles. Para ello les da unas razones:

En primer lugar les dice que todo llegará a descubrirse. Por lo tanto no debemos fijarnos en lo que dirá la gente, sino en lo que Dios dirá de nosotros. Mucha gente seguirá opinando negativamente; pero no temamos hablar en nombre de Dios y de hacerlo con tranquilidad y a plena luz.

La 2ª razón es porque no hay que temer a los hombres sino a Dios. No es que sea lo principal el temor de Dios. Normalmente debemos actuar por amor; pero si el amor no nos mantiene en la gracia, que al menos el temor de caer en el castigo eterno nos puede preservar del pecado. Este es el único temor bueno, que llega a ser un don del Espíritu Santo: el temor de perder a Dios o temor a nosotros mismos, a nuestra debilidad. Pero Jesús nos da confianza y nos dice que no tenemos por qué temer a los hombres. Lo más que nos pueden hacer es quitarnos la vida material, pero no la vida eterna. Dios sabrá sacar beneficios de nuestra muerte: para nosotros y también para otros y para la Iglesia. Se necesita fe para estar bien persuadido de que el mayor mal no es la muerte temporal sino la condenación y el pecado que la prepara.

La 3ª razón es que contamos con el cariño y la protección de Dios. Si Dios cuida hasta de los pajarillos ¿cómo no va a cuidar de nosotros? Hasta sabe el número de nuestros cabellos. Es difícil comprender la Providencia de Dios en nuestra vida cuando vemos tantas cosas que nos disgustan, cuando hay tantos desastres y vemos que muchas veces triunfa el mal y la injusticia. Sabemos que esta vida es de paso hacia “la nueva tierra y nuevos cielos”, Sabemos que Dios respeta la libertad de todas las personas, hagan el bien o hagan el mal; pero también sabemos que “todas las cosas las ordena Dios para bien de los que le aman”. Para muchos existe la buena o la mala suerte; pero nosotros sabemos que la Providencia divina lo ordena todo para nuestro bien, aunque a veces nos cueste verlo. Lo terrible es que nosotros muchas veces, con nuestra voluntad y nuestros pecados, actuamos contra el amoroso plan de Dios.

Dios no quiere la muerte, pero sí quiere que su mensaje llegue a todos. Por eso al discípulo que confiese públicamente a Jesús, Él dice que le reconocerá ante el Padre celestial. Jesús dice que estará cerca de las personas decididas a proclamar la verdad. Seguirá siempre la tentación a tener miedo, como aparece en la primera lectura del profeta Jeremías; pero aun perseguido a muerte, confía en el Señor, que le ha enviado a predicar. Hay que saber fiarse más de Dios, que siempre está a nuestro lado y que con su providencia gobierna todo el universo para nuestro bien. No sólo vela por todos en general, sino por cada uno de nosotros en particular.

Parroquia Sagrada Familia