Una injusticia

Por las tarde, después de comer, Francisco se encontraba en la plaza con un amigo para jugar a la pelota. Muchas veces se enfadaba con su mamá porque lo iba a buscar y se lo llevaba para hacer la tarea. Disfrutaba el verano, cuando las horas de la plaza parecían interminables. Luego empezaban las clases y la diversión se reducía. ¡Qué bien que jugaba al fútbol Marquitos! Y claro, estaba practicando el día entero. “No es justo”, decía Francisco a sus padres. “Él tiene más tiempo para jugar, puede entrenar más, por eso juega mejor”. Pese a sus protestas, los padres aseguraban que tenía que ir a la escuela y luego, dedicarle un tiempo a la tarea. Por supuesto que era bueno que jugara en la plaza, pero también era bueno leer y resolver problemas. Marcos y Francisco crecieron y cada vez se veían menos. Hasta que un día, Marcos no encontró a Francisco en la plaza. “Vinieron unos señores de un club y se lo llevaron a la capital para que jugara en un club”, le dijeron los otros chicos.

Francisco sintió una legítima alegría por su amigo y cierta envidia también. ¡Cómo le hubiera gustado ser futbolista! Francisco creció y se fue a la capital para estudiar en la Universidad. Si no podía ser jugador de fútbol, sería médico deportivo. Comenzó la carrera de medicina y se enteró de que en la universidad había un equipo de fútbol. Todos los domingos por la mañana se reunían en el campo de deportes de la Universidad. Los que iban, en su mayoría, eran estudiantes que venían del interior y estaban lejos de su familia. Después de jugar, comían algo al lado del río. Ahí en esa parrillita improvisada, se reencontró con Marquitos. Era el parrillero. Se abrazaron y Marquitos le contó que al poco tiempo de llegar, se lastimó un músculo de la pierna. Por mala alimentación, le dijeron, y lo dejaron en la calle. No pudo ni quiso volver al pueblo. Consiguió entrenar, pero la pierna siempre le dolía. Ese trabajo en la parrilla era bueno, porque aunque estaba mucho tiempo parado, no tenía que caminar ni cargar peso. Francisco reconoció que la vida había sido injusta, pero no para él, sino para Marquitos y decidió que tenía que hacer algo por su amigo.

¿Qué es la justicia para nosotros? Pensamos situaciones que nos parezcan justas y otras que no. ¿Es realmente así? ¿Justicia es darles a todos lo mismo? Nuevamente Jesús nos sorprende porque sus pensamientos no son los nuestros. ¿Pagarles a todos lo mismo? Parece que no es justo. Sin embargo, Jesús explica que su justicia es mejor que la nuestra. Él le da a cada uno lo que necesita. No siempre es justo darles a todos lo mismo. No necesita lo mismo un bebé, que un niño, que un adulto o un anciano.

Parroquia Sagrada Familia