Evangelio del Domingo, 13 de noviembre de 2016

Estamos frente al Templo de Jerusalén. Es una construcción fantástica y de la que todos los judíos se sienten orgullosos. También los discípulos de Jesús y Jesús mismo. Pero tiene los días contados. Nadie puede pensar que dentro de cuarenta años todo esto se habrá venido abajo.

Para hacernos una idea, pensemos que un terremoto convirtiera nuestra sin par Catedral en un montón de escombros. El ejército de Vespasiano se encargará de ello, prendiéndole fuego el año setenta. El evangelio de hoy deja constancia de la profecía hecha por Cristo: “Llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra; todo será destruido”.

Algo semejante ocurrirá con nuestro mundo. Aunque no acertemos a comprenderlo, llegará un día en que todo se acabará. No sabemos ni cómo ni cuándo. No lo sabe nadie, salvo Dios y Dios no ha querido revelarlo. De todos modos, una cosa es cierta: sería una conclusión falsa adoptar la misma posición que los fieles de Tesalónica ante la venida de Cristo: que no vale la pena trabajar. San Pablo tuvo que amonestarles con decisión: “el que no trabaja, que no coma”.

A nosotros se vería obligado a decirnos: si alguno se descompromete con este mundo, porque un día dejará de existir, se equivoca radicalmente y no es cristiano. Los que creemos en Cristo tenemos que amar este mundo y amarlo apasionadamente. Incluso sabiendo que tiene limitaciones, deficiencias y pecados. Ese amor nos llevará a asumir con toda responsabilidad su trasformación, tratando de que reinen en él los valores evangélicos. No lo vamos a tener fácil. Porque –también lo profetizó Jesucristonos perseguirán, nos llevarán a los tribunales y a la cárcel. Ahí está lo que ocurre en China, en Siria, en África. Incluso en la misma Europa, cuyo laicismo no tolera la presencia de nuestra fe en la vida pública.

No hay que inquietarse, porque el mal no soporta el brillo del bien. Pero la polvareda del camino no apaga el Sol, aunque lo oscurece. Compromiso y perseverancia en el bien. Esta es la gran lección del evangelio de hoy.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (21,5-19):

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.

Jesús les dijo:

«Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.»

Ellos le preguntaron:

«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»

Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien: "El momento está cerca"; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.»

Luego les dijo:

«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»

Parroquia Sagrada Familia