Evangelio del Domingo,12 de Junio de 2016

Si entonces hubiera existido televisión, Jesucristo seria esta noche noticia de cabecera en todos los telediarios. Y ¡con qué titulares! Seguro que más de uno titularía: “Gran escándalo en la Iglesia. Una prostituta limpia con su cabellera los pies del Profeta Jesús”. Porque el evangelio de hoy dice esto y mucho más. Dice que una prostituta, enterada de que Jesús estaba comiendo en casa un fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose a los pies de Jesús, llorando, se puso a regarlos con sus lágrimas, luego se los enjugó con sus cabellos, los cubría a besos y, finalmente, se los ungía con perfume. El director del presunto telediario de esta noche tuvo ya una réplica perfecta en el fariseo.

Al ver toda aquella escena, se llevó las manos a la cabeza de su alma y comenzó a decir interiormente: “Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando y lo que es: una pecadora”. No sólo fue duro con la mujer, lo fue también con Jesús: ¡imposible que sea un gran Profeta el que se deja hacer esto por una prostituta! Sin embargo, no sólo era un profeta sino el Profeta por antonomasia: él sabía cómo es el corazón de Dios respecto a los pecadores y quería demostrárselo a través de esta mujer.

Dios no es como era él: Dios perdona mucho al que ama mucho. Dios lo perdona todo, por sucio o monstruoso que sea, si uno se arrepiente y pide perdón. Es lo que estaba haciendo esta mujer: había pecado mucho, pero sus lágrimas y sus gestos atestiguaban que estaba arrepentida. Para que no quedara ninguna duda, Jesús quiso dejar constancia pública: “Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor”. Luego dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”. Volvamos al supuesto telediario, del que somos directores todos nosotros: dejemos de acusar y condenar, dejemos de escandalizarnos farisaicamente y vayamos a los pies de Jesús con la misma actitud de la mujer del evangelio de hoy. Para tener “muchos pecados”, y de los gordos, no es preciso ser una prostituta o equivalente.

Si repasamos los mandamientos, quizás nos llevemos una sorpresa. Pero tenemos remedio: basta confesarse arrepentido.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,36–8,3):

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.»
Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.»
Él respondió: «Dímelo, maestro.»
Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
Simón contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más.»
Jesús le dijo: «Has juzgado rectamente.»
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»
Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.»
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?»
Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Parroquia Sagrada Familia