Evangelio del domingo, 17 de octubre de 2021

Hoy nos enseña Jesús algo esencial y muy difícil de cumplir en nuestra religión. Se trata de tener una actitud totalmente diferente de lo que piensa el mundo. La mayoría de las personas piensan que es más importante quien tiene más poder o está por encima de los demás en dignidad, en dinero y en otras cosas materiales. Sin embargo, Jesús nos dice que es más importante quien más está al servicio de los demás. La mayoría de los “cristianos” no nos lo creemos. Y sin embargo miles y miles de cristianos verdaderos sí lo han creído y lo han practicado y lo siguen practicando.

Jesús iba con sus apóstoles camino de Jerusalén. Ya les había anunciado por tres veces que iban a Jerusalén, donde él moriría a manos de las autoridades. Ellos estaban perplejos y no lo entendían o no lo querían entender. Ciertamente que también Jesús les decía que a los tres días resucitaría; pero esto menos lo entendían, porque se quedaban a pensar lo primero, lo cual les parecía extraño y casi como una blasfemia. Ellos habían aprendido desde niños que cuando viniera el Mesías, sería el rey triunfante que les haría dominar sobre todas las naciones. Algunos pensaban que con las armas; otros al menos pensaban que sería mediante las creencias religiosas en el Dios todopoderoso, protector especialmente de ellos. Los apóstoles, al ir caminando hacia Jerusalén, pensaban en su interior, que ésta sería la hora en que se declararía rey y sería proclamado así en la capital. Seguro que entre ellos lo comentaban.

Con ese pensamiento, Santiago y Juan, hermanos, se atreven a proponer algo grande para ellos. Al fin y al cabo ellos eran de los más estimados por Jesús. Dice el evangelista san Mateo que fue la madre de los dos hermanos quien se atrevió a hacer la proposición. Le proponen los dos puestos más importantes en ese reino. Jesús no les reprendió, porque veía una buena voluntad. Por eso les dijo que no sabían lo que pedían. Sin embargo, les puso las condiciones, que eran beber el mismo cáliz que Él y ser bautizados en el mismo bautismo. Cuando el evangelista escribía esto, ya sabían que se trataba de imitar a Jesús en la entrega total, hasta dar su sangre para que otros puedan conseguir el Reino. Los dos hermanos dijeron a Jesús que estaban dispuestos a ello. Seguro que en ese momento no sabían lo que prometían, pero manifestaban su decisión y buena voluntad. A Jesús le gustó esa decisión; sin embargo, les dijo que la cuestión de puestos no entraba en sus planes, pues estaba ya determinado.

Entonces Jesús enseñó cuáles son los planes de Dios en cuanto a la importancia. Resulta que los otros diez apóstoles, que todavía estaban bastante “verdes” en cuanto al verdadero seguimiento de Cristo, se pusieron a discutir sobre quiénes debían ser los primeros en ese Reino. En ese momento es cuando Jesús nos enseña que en ese Reino de Dios la importancia es totalmente diferente de lo mundano. El más importante va a ser quien más sea servidor de los demás. Él mismo se pone de ejemplo.

No es que todos los que mandan sean perversos; pero la realidad es que el poder es una gran tentación y la realidad de la historia nos dice que la mayoría de los que tienen el poder lo aprovechan para su propio beneficio material. Y ello aunque en la propaganda electoral digan que están al servicio del pueblo. ¡Ojalá sea verdad! Se nos ha metido demasiado el concepto mundano de importancia. Y esto hasta en muchos ámbitos eclesiales y de trabajo por la Iglesia. Alguno puede sacar la conclusión de que, si es así, la mayoría de “cristianos” no son cristianos. Pues es verdad. O podemos decir que son cristianos a medias. El estar al servicio de otros no es sólo hacer obras buenas de caridad, que se pueden hacer para ganar “méritos” y mejores puestos, sino que es sobre todo una actitud. Es el desear una vida plena y gozosa para los demás; es el aplaudir las obras buenas de otros y procurar aumentarlo. Una cosa es procurar aumentar económicamente en una familia para el bien de los hijos y otra el querer estar por encima de los demás. Servir es el hacer el bien, dejando que el premio lo dé Dios.

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Comienzo del curso pastoral

Domingo 17 de octubre.
- 11:00h. Inicio de la catequesis.
- 12:00h. Misa de catequesis.
- 13:00h. Misa de comienzo de curso para todos los grupos parroquiales.

 

 

Se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes

Hoy vemos cómo Jesús —que nos ama— quiere que todos entremos en el Reino de los cielos. De ahí esta advertencia tan severa a los “ricos”. También ellos están llamados a entrar en él. Pero sí que tienen una situación más difícil para abrirse a Dios. Las riquezas les pueden hacer creer que lo tienen todo; tienen la tentación de poner la propia seguridad y confianza en sus posibilidades y riquezas, sin darse cuenta de que la confianza y la seguridad hay que ponerlas en Dios. Pero no solamente de palabra: qué fácil es decir «Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío», pero qué difícil se hace decirlo con la vida. Si somos ricos, cuando digamos de corazón esta jaculatoria, trataremos de hacer de nuestras riquezas un bien para los demás, nos sentiremos administradores de unos bienes que Dios nos ha dado.

Acostumbro a ir a Venezuela a una misión, y allí realmente —en su pobreza, al no tener muchas seguridades humanas— las personas se dan cuenta de que la vida cuelga de un hilo, que su existencia es frágil. Esta situación les facilita ver que es Dios quien les da consistencia, que sus vidas están en las manos de Dios. En cambio, aquí —en nuestro mundo consumista— tenemos tantas cosas que podemos caer en la tentación de creer que nos otorgan seguridad, que nos sostiene una gran cuerda. Pero, en realidad —igual que los “pobres”—, estamos colgando de un hilo. Decía la Madre Teresa: «Dios no puede llenar lo que está lleno de otras cosas». Tenemos el peligro de tener a Dios como un elemento más en nuestra vida, un libro más en la biblioteca; importante, sí, pero un libro más. Y, por tanto, no considerarlo en verdad como nuestro Salvador.

Pero tanto los ricos como los pobres, nadie se puede salvar por sí mismo: «¿Quién se podrá salvar?» (Mc 10,26), exclamarán los discípulos. «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios» (Mc 10,27), responderá Jesús. Confiémonos todos y del todo a Jesús, y que esta confianza se manifieste en nuestras vidas.

Contemplar el rostro de Cristo con el corazón de María

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

El mes de octubre es el mes del rosario. Así mismo, esta semana hemos celebrado la festividad de la Virgen del Rosario, advocación que revive y conmemora la importancia de dirigirnos a Nuestra Madre a través del rezo del santo rosario. Fue precisamente Ella, la Madre de Dios, quien nos pidió rezarlo y hacerlo vida desde la intimidad de nuestros corazones de barro para que, a través de esta plegaria, podamos obtener abundantes gracias.

Y lo hizo por medio de santo Domingo de Guzmán, a quien la Santísima Virgen se le apareció en el año 1208. Este sacerdote burgalés había abandonado todas sus posesiones y se había marchado al sur de Francia para acercar el Evangelio a los que se habían apartado de la Iglesia por la herejía albigense. Como solo saben hacer las madres, la Virgen puso el rosario sobre las manos de Domingo y, en una caricia almada de silencio y plenitud, le enseñó cómo rezarlo. Después, le encomendó la preciosa tarea de propagar esta devoción hasta los confines del mundo.

La misión de santo Domingo, consumada en una época en la que Europa estaba sumida en una densa oscuridad, no se hizo esperar. Con el rosario aprehendido a su alma, predicó la Palabra de Dios en cada uno de los rincones que sus pies hallaban. Sin descanso, sin fronteras, sin miedo a perder la vida por la misión de Dios y de su Madre. Y lo hizo tanto y de tal manera que convirtió el rezo del santo rosario en una oración muy querida en la Iglesia.

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Evangelio del domingo, 10 de octubre de 2021

Escuchar lecturas y homilía

Iba Jesús caminando entre sus discípulos y otras gentes, cuando viene uno que se arrodilla y, teniendo en gran estima a Jesús, le llama: “Maestro bueno”. Es un joven bueno, no un pecador, y le pregunta sobre algo esencial en nuestra vida: “¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?” Es una gran pregunta que todos debemos hacer, porque es lo que más nos interesa. Jesús le responde diciendo que debe cumplir los mandamientos. Y le cita unos cuantos. Aquel joven, como dije, es bueno y los ha cumplido todos. Alguno de nosotros le diríamos: Qué bien, sigue así. O quizá alguno le induciría a la soberbia alabándole y comparándole con tantos jóvenes viciosos.

Pero Jesús quiere más. Y quiere más de él precisamente porque le ama. A veces tenemos miedo de que Dios nos pida algo. Y quizá no nos atrevemos a dar lo que nos pide, porque nos va a pedir más. Esto es cierto, pero si nos pide algo es porque nos va a dar más. Y lo que nos pide es para nuestra felicidad. Eso no es fácil entenderlo, sobre todo si se está apegado a las cosas materiales. El hecho es que Jesús le miró con amor y le dijo: “Vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres... Después ven y sígueme”. Aquel joven se puso triste y se marchó, porque tenía mucha riqueza.

A veces, cuando leemos este evangelio, nos quedamos tan tranquilos porque creemos que, por las palabras duras que pronuncia luego Jesús contra los que tienen riquezas, va contra los muy ricos y pecadores; pero que no nos atañen a nosotros. Antes ya he dicho que Jesús no se está dirigiendo a ningún pecador, sino a quien cumple todos los mandamientos. Así Jesús se está dirigiendo a quien va a misa todos los domingos, que no hace ningún mal a nadie, que está casado normal y amando a su esposa (o), que no hace trampas en los negocios, no habla mal de otros y cuida a sus padres. ¿Entonces? Pues que Jesús quiere más: que no estemos atados a las riquezas. Hay varias clases de riquezas, a las cuales estamos atados. Pueden ser varios negocios, que impiden tener tiempo, no sólo de ir a misa, sino de reuniones para la caridad o para grupos de apostolado. Pueden ser amigos o amigas que nos hacen gastar mucho dinero que podría ser para los pobres u obras de apostolado. Pueden ser ataduras a juegos y diversiones, que nos impiden tener suficiente paz en la familia.

Jesús hoy dice que las riquezas impiden entrar en el Reino de los cielos. No son las riquezas como tales, ya que ha habido santos ricos y reyes; pero es muy difícil. Tan difícil como lo del camello pasando por el ojo de una aguja. Es una de aquellas frases populares, que Jesús usaba, para expresar mucha dificultad. No es lo mismo tener veneno que envenenarse; pero si no nos queremos envenenar procuraremos no tenerlo constantemente a nuestro alcance. Lo que Jesús pide es que, si queremos seguirle más de cerca, debemos tener el corazón libre de ataduras mundanas. Esto es porque hay pobres, gente sin dinero, que están muy atados a los bienes materiales: en cuanto a lo poco que tienen y sobre todo en cuanto al deseo. El hecho es que por el dinero vienen muchos males, como la mayoría de las guerras, odios e infidelidades.

Así que estas expresiones son para todos. El mismo san Pedro se espantó y se sintió aludido y por eso exclamó que lo habían dejado todo. Todavía pensaba en una recompensa material que les diera Jesús. Y ciertamente nos dice que habrá una recompensa muy grande para aquel que quiera tener el corazón libre pensando en seguir al Señor. Esa recompensa muchas veces se verá en esta misma vida por la alegría que da el seguir al Señor. La historia nos dice que las riquezas endurecen el corazón y muchas veces sienten la tristeza, como le pasó a aquel joven, o como más trágicamente le pasó a Judas Iscariote. Jesús no nos propone un programa social, sino una actitud de libertad en el corazón. A veces se pueden tener unos bienes, como les pasaba a los mismos apóstoles, o a Jesús, cuando era invitado a una casa de ricos; pero esos bienes deben servirnos para amar más a Dios y hacer el bien a los demás.

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Parroquia Sagrada Familia