iuBento 2022 un festival «como Dios manda»

Hoy, viernes 6 de mayo a las 20:30 h no te puedes perder este festival de música y arte dirigido a los jóvenes y que se promueve desde la Delegación de Infancia y Juventud de la Diócesis de Burgos.

«iuBento» es una llamada a todos los que participan en la pastoral juvenil de parroquias, movimientos o colegios y «otros jóvenes que tengan también sensibilidad por la música y el arte».

«iuBento» se convierte en un gran evento juvenil que pretende prolongarse más allá del VIII Centenario de la Catedral y convertirse en «una marca que perdure en el tiempo como un lugar de encuentro y propuesta para los jóvenes».

Con María en el alma y el trabajo digno en el corazón

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos el mes de mayo, el más bello de los meses, el mes de María. A Ella, nuestro fiel consuelo, nuestra Madre que ofreció su vida al cuidado de Jesús y que constantemente cuida de nosotros, le dedicamos –como ningún otro día– cada segundo de este mes.

Y lo hacemos con la celebración del Día de la Madre. Porque el corazón de una madre es lo más parecido al corazón de la Virgen María. Es esa tierra sagrada donde entran todos, donde nadie se queda aparte, donde se derrocha un amor que nunca termina.

En este mes, María desea volver a juntar a todos sus hijos que, por distintas circunstancias de la vida, se han separado. Es la intercesora que edifica continuamente la Iglesia; que aúna lo alejado, que cura lo herido y que repara lo quebrado.

Y en Ella ponemos, una vez más, nuestra esperanza, para que –como sucedió en Caná de Galilea– vuelva la alegría a nuestra vida después de la prueba. Hagámoslo sin miedo, dejándonos guiar por Su mano, aunque despunte el camino de la cruz que, al atardecer, nos llevará al consuelo de la resurrección.

Es la petición que, una y otra vez, nos hace el Papa Francisco: «Contemplar juntos el rostro de Cristo con el corazón de María, nuestra Madre, nos unirá todavía más como familia espiritual y nos ayudará a superar la prueba» (Carta del Santo Padre a todos los fieles para el mes de mayo de 2020). Qué importante y consolador es sentirnos hermanos, vinculados –en un mismo amor de Dios– los unos con los otros en el camino de la vida.

Hoy, además, bajo el amparo de Santa María la Mayor, celebramos en nuestra Iglesia diocesana la Pascua del Trabajo. Una jornada que nace con el deseo de hacer prevalecer, por encima de todo, la dignidad del trabajo, del que participamos todos, como cooperación a la obra creadora de Dios.

Conscientes de que cualquier injusticia que se lleve a cabo contra el trabajador hunde y deteriora la propia dignidad de la persona, hemos de tener presente que la misión de la Iglesia no termina en la puerta del templo. Cada uno de nosotros somos responsables de la importancia del trabajo, tanto para la vida de las personas, como para el cuidado del prójimo y la construcción de una sociedad fraterna. Y si este no se realiza en condiciones dignas, no viene de Dios.

Un asunto clave de la ética social «es el de la justa remuneración por el trabajo realizado», tal y como señalaba el Papa san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens (p. 19). En este sentido, este Papa santo, entrañable y amigo incondicional de las causas justas, se aferró a la Doctrina Social de la Iglesia para recordar que el ser humano es el centro de toda cuestión económica, política o social, así como que la persona es inmensamente más grande que todas las cosas.

El Papa san Juan XXIII, en su encíclica Mater et magistra, también evocaba que la remuneración del trabajo «no puede verse como una simple mercancía, en tanto el mismo se relaciona directamente con el ser humano, ya que es la fuente de su decoroso sustento».

Trabajo y persona, persona y trabajo: dos vertientes que han de mantenerse adheridas bajo el velo de la dignidad.

Y celebrar una jornada de oración especial por el mundo del trabajo, al que todos pertenecemos, de una u otra forma, nos ayuda a caminar hacia un Reino fundado en torno a la dignidad de la persona y la realidad del bien común que se deriva de ella, y que nos hace más justos, más caritativos, más solidarios, más hermanos y, sobre todo, más humanos.

Que esta Pascua del Trabajo que celebramos en este mes de mayo nos ayude a ponerle nombre y rostro a la fragilidad de los más vulnerables. Lo ponemos en el corazón de la Virgen María. Ella, que sabe mucho de amor, de constancia y de entrega, jamás se cansa de cuidarnos mientras perseveramos en la tarea hacia la edificación de una sociedad más equitativa, más misericordiosa y más fraterna. Y, cuando creas que la injusticia te vence, reza como si todo dependiera de Dios y trabaja como si todo dependiera de ti.

Con gran afecto, os deseo un feliz día de la Madre y de la Pascua del trabajo.

Jesús les dice: Venid y comed

Hoy, tercer Domingo de Pascua, contemplamos todavía las apariciones del Resucitado, este año según el evangelista Juan, en el impresionante capítulo veintiuno, todo él impregnado de referencias sacramentales, muy vivas para la comunidad cristiana de la primera generación, aquella que recogió el testimonio evangélico de los mismos Apóstoles.

Éstos, después de los acontecimientos pascuales, parece que retornan a su ocupación habitual, como habiendo olvidado que el Maestro los había convertido en “pescadores de hombres”. Un error que el evangelista reconoce, constatando que —a pesar de haberse esforzado— «no pescaron nada» (Jn 21,3). Era la noche de los discípulos. Sin embargo, al amanecer, la presencia conocida del Señor le da la vuelta a toda la escena. Simón Pedro, que antes había tomado la iniciativa en la pesca infructuosa, ahora recoge la red llena: ciento cincuenta y tres peces es el resultado, número que es la suma de los valores numéricos de Simón (76) y de ikhthys (=pescado, 77). ¡Significativo!

Así, cuando bajo la mirada del Señor glorificado y con su autoridad, los Apóstoles, con la primacía de Pedro —manifestada en la triple profesión de amor al Señor— ejercen su misión evangelizadora, se produce el milagro: “pescan hombres”. Los peces, una vez pescados, mueren cuando se los saca de su medio. Así mismo, los seres humanos también mueren si nadie los rescata de la oscuridad y de la asfixia, de una existencia alejada de Dios y envuelta de absurdidad, llevándolos a la luz, al aire y al calor de la vida. De la vida de Cristo, que él mismo alimenta desde la playa de su gloria, figura espléndida de la vida sacramental de la Iglesia y, primordialmente, de la Eucaristía. En ella el Señor da personalmente el pan y, con él, se da a sí mismo, como indica la presencia del pez, que para la primera comunidad cristiana era un símbolo de Cristo y, por tanto, del cristiano.

Evangelio del domingo, 1 de mayo de 2022

Parece que este capítulo 21 de san Juan es un añadido posterior, hecho por el mismo autor, aunque algunos dicen pertenecer a algún discípulo. El hecho es que con el capítulo 20 termina propiamente el evangelio diciendo que “muchas más cosas podría decir” sobre los hechos y dichos de Jesús. Una de esas cosas es este capítulo 21 en que cuenta cómo Jesús se aparece a unos pocos apóstoles y, como algo más importante, la designación clara de Jesús para que Pedro fuera el responsable principal de la Iglesia. Es posible que, al morir san Pedro y quedar san Juan como único superviviente de los apóstoles, algunos creyeran que éste sería el principal responsable en la Iglesia. El evangelista acentúa la designación de Pedro por parte de Jesús, y por lo tanto se legitimaba la responsabilidad en el sucesor de Pedro.

Eran siete los apóstoles que se ponen a trabajar aquella noche ante la insinuación de Pedro. Pero no pescan nada. Por la mañana, a lo lejos, aparece una persona a quien no reconocen y que les pregunta por la pesca. Ante la negativa, les sugiere echar la red a la derecha y ellos obedecen. La pesca milagrosa es casi como un premio a esa confianza en el desconocido. San Juan es quien primero se da cuenta que “es el Señor”. Esto sí nos hace reflexionar en algo importante que sucede en la Iglesia. No es el mayor quien tiene más autoridad o quien tiene más ciencia, sino quien tiene más amor. A veces pueden coincidir, otras no. De hecho, los que aman mucho a Dios tienen un sentido especial para discernir las cosas espirituales y discernir también los acontecimientos materiales a la luz de Dios. En grado sublime se debe a la actuación de los dones del Espíritu Santo. Podríamos constatarlo en la historia de la Iglesia.

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Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados

Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del Espíritu Santo.

Por designio del Papa San Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.

La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.

Parroquia Sagrada Familia