Evangelio del domingo, 15 de mayo de 2022

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Jesús se estaba despidiendo de sus apóstoles en la Ultima Cena. Les había dado un ejemplo de amor y humildad con el lavatorio de los pies, y cuando salió Judas para completar la traición, quiso tener palabras de más intimidad con aquellos discípulos. Primero les habla de su “glorificación”. Es un tema que san Juan siempre pone en relación con la muerte de Jesús en la cruz. Glorificar es reconocer lo que una persona tiene de encomiable. En Jesús lo más encomiable es el amor que manifiesta muriendo en la cruz, haciendo este acto maravilloso de obediencia amorosa al Padre.

Jesús, que está en plan de despedida, quiere hacer una manifestación de su última voluntad, que es lo mismo que decir un testamento. Por eso les llama: “hijitos”, palabra que encierra mucha ternura. Varias veces, cuando se refiere a sus discípulos, les llama “hermanos”, como después de resucitar, al dar un mensaje a María Magdalena, dirá: “di a mis hermanos...” Y en otras varias ocasiones. Aquí abre su corazón paternal para manifestarles qué deben hacer si quieren permanecer siendo sus discípulos.

Les da un mandamiento nuevo. Esto del “nuevo” puede entenderse de varias maneras. Quizá en primer lugar se refería a que les iba a mandar algo muy diferente de lo que un buen israelita solía pedir a sus hijos. La última voluntad solía ser una invitación a cumplir la ley de Dios. La novedad en Jesús es que no pide algo concreto para realizar, sino tener una mentalidad nueva. Porque es muy distinto hacer las cosas porque está mandado o hacerlas por amor. Esto será tan importante que llegará a ser el distintivo del cristiano, de modo que el discípulo de Cristo no se distinguirá porque cumple, sino porque ama. La vida con amor es lo que dice san Juan en el Apocalipsis, que es la 2ª lectura de hoy, que Dios prepara para nosotros “un cielo nuevo y una tierra nueva”. Algo que Dios quiere, pero que nosotros debemos colaborar para ello.

Existen muchos clubes y asociaciones para todos los gustos. Los hay deportivos, políticos, sociales, con actividades intelectuales o de negocios. Todos tienen unas normas, algún elemento que los identifica. Nosotros los cristianos, los discípulos de Cristo, tenemos el amor. También podemos decir que nuestro emblema es la cruz, porque en ella Jesús demostró su inmenso amor por nosotros.

Hoy Jesús nos dice cuál es su última voluntad: que nos amemos. Pero no de cualquier manera, sino como Él nos ha amado. Los discípulos que vivieron esas horas con temor, pero también con amor a Jesús, tuvieron la gran experiencia de sentir hasta dónde era el amor de Jesús. Por eso el mandamiento “nuevo” no consistía sólo en el amor, de lo cual ya hablaba el Ant. Testamento, sino en la medida del amor. Y la medida estaba en el amor de Jesús. Hoy que vemos tanta maldad y perversión en el mundo, a veces se nos hace difícil ver el distintivo del amor en los cristianos. Pero  resulta que la maldad es lo que más reluce en las “noticias”, mientras que la bondad y el amor muchas veces quedan medio ocultos. Sin embargo hay mucha santidad y esperanza en el mundo. Son muchos, cuyo esfuerzo principal es ayudar a los demás, no sólo por ayudar, sino por amor, que es estimar a las personas, sin juzgar inútilmente y con todas las cualidades maravillosas que nos cuenta san Pablo en el capítulo 13 de la primera carta a los Corintios.  Hay muchos santos ocultos.

La verdad es que en varias naciones, quizá más adelantadas en lo material, si se pregunta, muchos no distinguirían a los cristianos por el amor, sino por cosas raras o por el afán de dinero, etc. Pero sí hay naciones donde hablar de cristianos es hablar de quienes se sacrifican por acoger niños abandonados o enfermos de SIDA o de lepra o drogadictos. Si examinamos la historia de la Iglesia son multitud los que se han distinguido por hacer el bien como Francisco, Juan de Dios, Vicente de Paúl, Camilo de Lelis, Teresa de Calcuta... Y multitudes conocidos y desconocidos. Hoy es un día para hacer examen: ¿Mi vida se distingue por el amor, el perdón, la amabilidad...?

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Que os améis unos a otros

Hoy, Jesús nos invita a amarnos los unos a los otros. También en este mundo complejo que nos toca vivir, complejo en el bien y en el mal que se mezcla y amalgama. Frecuentemente tenemos la tentación de mirarlo como una fatalidad, una mala noticia y, en cambio, los cristianos somos los encargados de aportar, en un mundo violento e injusto, la Buena Nueva de Jesucristo.

En efecto, Jesús nos dice que «os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Y una buena manera de amarnos, un modo de poner en práctica la Palabra de Dios es anunciar, a toda hora, en todo lugar, la Buena Nueva, el Evangelio que no es otro que Jesucristo mismo.

«Llevamos este tesoro en recipientes de barro» (2Cor 4,7). ¿Cuál es este tesoro? El de la Palabra, el de Dios mismo, y nosotros somos los recipientes de barro. Pero este tesoro es una preciosidad que no podemos guardar para nosotros mismos, sino que lo hemos de difundir: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes (...) enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,19-20). De hecho, San Juan Pablo II escribió: «quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo».

Con esta confianza, anunciamos el Evangelio; hagámoslo con todos los medios disponibles y en todos los lugares posibles: de palabra, de obra y de pensamiento, por el periódico, por Internet, en el trabajo y con los amigos... «Que vuestro buen trato sea conocido de todos los hombres. El Señor está cerca» (Flp 4,5).

Por tanto, y como nos recalca el Papa Juan Pablo II, hay que utilizar las nuevas tecnologías, sin miramientos, sin vergüenzas, para dar a conocer las Buenas Nuevas de la Iglesia hoy, sin olvidar que sólo siendo gente de buen trato, sólo cambiando nuestro corazón, conseguiremos que también cambie nuestro mundo.

El Buen Pastor y las vocaciones al ministerio sacerdotal

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy celebramos el Domingo del Buen Pastor, una jornada que nos invita a orar –de manera especial– por los sacerdotes que nos acompañan en el camino de la vida y por las vocaciones sacerdotales: para que el Señor suscite en el corazón de muchos jóvenes ese deseo de consagrarse a Él para que, a Su modo y desde sus frágiles manos, Jesús siga pastoreando su Iglesia; y para que generosamente respondan a su llamada a configurarse con Él en el ministerio sacerdotal.

«Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11). Jesús es el Buen Pastor, la puerta por la que se entra en el rebaño; y las ovejas escuchan Su voz, confían en Él sus vidas y lo siguen. Es una prueba de fe, y también de amor. Él, quien «no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28) da su vida, una y otra vez, por nosotros. Y solo nos pide que estemos a Su lado, que no abandonemos Su redil y que escuchemos Su voz que nos orienta firmemente en el camino de nuestra existencia.

Este precioso día que Dios nos regala trae a nuestra memoria la generosidad de tantos sacerdotes de Jesucristo que, a diario, derraman su vida allí donde el Padre ha edificado una morada con sus nombres. Pastores que dan la vida por sus fieles, que salen al encuentro de todos, que portan a Dios por los caminos más intransitables, que no descansan y están siempre disponibles, que se ofrecen como Cordero de Dios y que velan para que encontremos el camino que Jesús viene a mostrarnos.

Jesús nos cuida en su Iglesia. Por eso, hoy conmemoramos un domingo «de paz, de ternura y de mansedumbre», porque «nuestro Pastor nos cuida», tal y como recordaba el Papa Francisco en una homilía pronunciada un día como hoy, en mayo de 2020. «Cuando hay un buen pastor que hace avanzar, hay un rebaño que sigue adelante. El buen pastor escucha, conduce y cura al rebaño», revelaba el Santo Padre, con esa «ternura de la cercanía» de quien conoce a la perfección a cada una de sus ovejas y la cuida como si fuera única, «hasta el punto de que cuando llega a casa después de una jornada de trabajo, cansado, se da cuenta de que le falta una, sale a trabajar otra vez para buscarla y, tras encontrarla, la lleva consigo sobre sus hombros» (cf. Lc 15,4-5).

Os invito, en este día, a orar por esos sacerdotes santos que, en silencio y pese a sus limitaciones, en medio de la confusión y sin hacer ruido, se han desgastado y se desgastan por vosotros. Ojalá podamos acompañarlos y cuidarlos en el servicio que prestan en favor nuestro. Son pastores, a imagen del Buen Pastor, que acompañan hasta que el dolor del otro se haya ido del todo, hermanos que permanecen en silencio ante el herido el tiempo que haga falta, compañeros que predican la Palabra a tiempo y a destiempo (2 Tim 4, 2), y nos ofrecen diariamente el Amor incomparable de Dios que nos da vida en el altar.

«Llamaré a la oveja descarriada, buscaré a la perdida. Quieras o no, lo haré. Y aunque al buscarla me desgarren las zarzas de los bosques, pasaré por todos los lugares, por angostos que sean», proclamaba san Agustín en su Sermón 46, 2. 14. El obispo de Hipona, un apasionado de la verdad y de la belleza, confirmaba así cada sentido de su vocación: «Derribaré todas las vallas; en la medida en que me dé fuerzas el Señor, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la perdida. Si no quieres tener que soportarme, no te extravíes, no te pierdas».

Si Jesús se deja tocar es para convertir a sus discípulos –que estaban desconcertados tras su entrega en la cruz– en testigos de la resurrección. Y a nosotros nos concede la gracia de testimoniar que esas heridas del Señor son signos de esperanza y de salvación.

En este mes de mayo lo ponemos todo en las manos de la Madre del Buen Pastor. Ella nos enseña a entregarnos cada día. Y a Ella le pedimos por las vocaciones al ministerio sacerdotal, para que siga llamando a muchos jóvenes a prolongar el ministerio de Cristo buen pastor, sacerdote y testigo de la verdad.

Danos, Señor, el agradecimiento que nunca abandona a su Pastor. Y que siempre podamos decir, a la luz del Salmo 22: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (v.1).

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Evangelio del domingo, 8 de mayo de 2022

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Todos los años en este domingo 4º de Pascua nos trae la Iglesia a reflexionar la alegoría del buen Pastor, en el capítulo 10 de san Juan. Este año, al ser el ciclo C, consideramos la última parte. La alegoría se distingue de la parábola en que ésta se trata de una breve historia de la que se saca una conclusión moral o religiosa, mientras que en la alegoría se va aplicando cada cosa material a lo espiritual. 

Jesús estaba diciendo a los jefes religiosos del pueblo judío que no cumplían con su oficio porque estaban haciendo aquello sobre lo que ya se quejaba el profeta Ezequiel cuando decía que muchos pastores (jefes religiosos) en Israel no atendían a las ovejas ni las guiaban por el buen camino, sino que se aprovechaban de ellas para su propio beneficio. Jesús comenzó a decir entonces que El era “el buen pastor” que sí conoce a sus ovejas, las guía, las ama hasta estar dispuesto a dar su vida por ellas.

Hay personas a quienes no les gusta esta comparación, porque dicen que no somos ovejas sino personas libres y pensantes. Tienen razón; pero eso es porque toman la figura del pastor como quien domina y no como Jesucristo que se entrega, busca y hasta muere por esas “ovejas”. Tenemos entendimiento y libertad. Lo malo es cuando con esa libertad no queremos ir por el buen camino de Jesucristo. Pero ahí está nuestra responsabilidad de seguir con el rebaño de Jesús o quedarnos por fuera. Eso sería por culpa nuestra, de lo que nos lamentaremos quizá un día o una eternidad.

La parte del evangelio de hoy comienza diciendo que las verdaderas ovejas de Jesús, o los verdaderos discípulos, “le conocen y le siguen”. Conocer en la Biblia tiene un sentido más profundo que entre nosotros. Nosotros lo decimos casi sólo en sentido intelectual. Aunque sabemos que, si se trata de conocer a una persona, casi nunca se acaba de conocerla plenamente. En la Biblia y para Jesucristo  el conocer es algo más íntimo por medio del amor o la familiaridad. Por eso, cuando Jesús dice que conoce a sus ovejas es con amor de tal modo que está dispuesto a dar la vida para que tengan la verdadera vida, que durará para siempre. Por eso se le aplica el salmo del pastor: “El Señor es mi Pastor”, que nos guía por los mejores caminos.

Si conocemos bien a Jesucristo, no tendremos más remedio que amarle y seguirle. Seguir a Jesús no es sólo creer en él con el entendimiento (“también los demonios creen”). Se trata de aceptar el camino que nos señala, de aceptar y seguir su manera de pensar, sus criterios de vida. Para seguirle, primero debemos escucharle. La verdad es que para muchos les es muy difícil escuchar la voz de Jesucristo, ya que estamos demasiado envueltos en voces y ruidos del mundo con noticias, acontecimientos y comentarios tan dispares. Dios nos habla de diferentes maneras; pero hay que estar con esta disposición de quererle oír, de hacer un poco de silencio en nuestra vida para no sólo oírle, sino para que su doctrina pueda penetrar en nuestro corazón.

El premio será la vida eterna. Y no lo dice un hombre cualquiera, aunque tenga buena voluntad si su poder es limitado. Jesús termina hoy diciendo que forma una perfecta unidad con el Padre celestial. Los judíos habían comenzado preguntando si era Jesús el Mesías. Lo que les dice ahora es mucho más. Los judíos entendieron de tal manera que se quería hacer Dios, que lo tomaron por una gran blasfemia.

La imagen del rebaño nos quiere decir que en el seguimiento a Jesús no vamos solos: Pertenecemos al pueblo de Dios, que es su Iglesia. Pero se trata sobre todo de una relación personal y afectiva con Jesucristo, nuestro guía y nuestro Dios. Nuestra religión no es sólo cumplir unas normas externas, como hacían los fariseos. Es sobre todo una relación sincera, llena de amor, para que el seguimiento sea sincero y libre.

A pesar de las maldades del mundo, como dice el Apocalipsis en la 2ª lectura, es una muchedumbre inmensa la que sigue a Jesús. Esto nos debe dar un gran optimismo en este día en que debemos pedir por nuestros “pastores” inmediatos.

 

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Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco

Hoy, la mirada de Jesús sobre los hombres es la mirada del Buen Pastor, que toma bajo su responsabilidad a las ovejas que le son confiadas y se ocupa de cada una de ellas. Entre Él y ellas crea un vínculo, un instinto de conocimiento y de fidelidad: «Escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10,27). La voz del Buen Pastor es siempre una llamada a seguirlo, a entrar en su círculo magnético de influencia.

Cristo nos ha ganado no solamente con su ejemplo y con su doctrina, sino con el precio de su Sangre. Le hemos costado mucho, y por eso no quiere que nadie de los suyos se pierda. Y, con todo, la evidencia se impone: unos siguen la llamada del Buen Pastor y otros no. El anuncio del Evangelio a unos les produce rabia y a otros alegría. ¿Qué tienen unos que no tengan los otros? San Agustín, ante el misterio abismal de la elección divina, respondía: «Dios no te deja, si tú no le dejas»; no te abandonará, si tu no le abandonas. No des, por tanto, la culpa a Dios, ni a la Iglesia, ni a los otros, porque el problema de tu fidelidad es tuyo. Dios no niega a nadie su gracia, y ésta es nuestra fuerza: agarrarnos fuerte a la gracia de Dios. No es ningún mérito nuestro; simplemente, hemos sido “agraciados”.

La fe entra por el oído, por la audición de la Palabra del Señor, y el peligro más grande que tenemos es la sordera, no oír la voz del Buen Pastor, porque tenemos la cabeza llena de ruidos y de otras voces discordantes, o lo que todavía es más grave, aquello que los Ejercicios de san Ignacio dicen «hacerse el sordo», saber que Dios te llama y no darse por aludido. Aquel que se cierra a la llamada de Dios conscientemente, reiteradamente, pierde la sintonía con Jesús y perderá la alegría de ser cristiano para ir a pastar a otras pasturas que no sacian ni dan la vida eterna. Sin embargo, Él es el único que ha podido decir: «Yo les doy la vida eterna»

Parroquia Sagrada Familia